Hay muchas personas que temen o se avergüenzan al hablar en público, ese no es mi problema, a mí me da pánico escribir en vivo y en público porque soy un cero en ortografía.
Para mí, los predictores y correctores ortográficos se han convertido en mi prótesis ortográfica; las gafas para mi cerebro al escribir y lo digo con sinceridad al que me lo pregunte. Hace unos años, todo era distinto, cuando estas ayudas fallaban y dejaban al descubierto este defecto me sentía triste y avergonzada frente al público. Era difícil aceptarlo y abrazarlo como decidí hacerlo después, porque conozco bien la creencia popular que existe en cuanto que si tienes mala ortografía es porque no lees, no estudias y que es cosa de gente sin educación. Bueno, déjenme contarles sobre mí.
Crecí en una familia de docentes, mi papá y mi mamá pertenecían al magisterio. Mi madre, en especial, siempre ha recalcado la importancia de saber leer y escribir correctamente, esto fue foco de sus enseñanzas para sus alumnos y por supuesto a sus propios hijos.
Desde que mis hermanos y yo empezamos a leer y escribir, nos puso la tarea de aprender a comprender lo que se lee. Nos instó a no contentarnos con la versión de un docente o autor publicado (hoy podríamos agregar, un texto en internet para actualizar a este siglo) porque la gente puede estar equivocada o inventar cosas.
Mi relación con la letra escrita nunca fue fácil. Las interminables planas con las que intentaban hacerme escribir correctamente mis maestros, ya se convertían prácticamente en una tortura y los resultados eran más bien pobres.
Cuando llegué a tercero de primaria, la profesora que enseñaba en la escuela pública en la que estudié, estaba más preocupada por arreglarse las pestañas, literalmente, que en explicarnos cualquier cosa. Mi mamá no estaba dispuesta a perder mi tiempo o su paciencia con alguien que solo estaba ahí para cobrar la quincena, así que me retiro del colegio y decidió educarme en casa los siguientes seis meses.
Me acuerdo mucho de esos días, todo lo que leía, no importa de que materia fuera, era una lección de comprensión de lectura. Ella corregía el tiempo de mis pausas y al terminar de leer me preguntaba el significado del texto, luego, todo debía ponerlo en mis propias palabras. La norma era no repetir sin entender, así que si encontraba una palabra del texto en mi resumen me preguntaba el significado y un sinónimo.
Aprendí así y en esos seis meses, en la media jornada que ella tenía “libre”, y con los módulos de la escuela por radio que le pertenecieron a una prima del campo, terminó de explicarme todo el contenido del tercer grado de primaria y le alcanzó para enseñarme lo que correspondía al cuarto grado, como para que no perdiera tiempo en lo que volvía a escolarizarme. Le salió tan bien que cuando volví, solo estuve una semana en cuarto de primaria y me hicieron la promoción automática a Quinto.
Con el paso del tiempo, esta ha sido mi excusa cuando me dicen: “eso se aprende en cuarto”, yo suelo soltar un: “yo no hice cuarto por eso no sé”, una excusa, claramente, porque de haberlo aprendido lo aprendí, pero quedó en esa gaveta cerebral de objetos perdidos que mi mente consciente no suele visitar.
Cuando empecé el bachillerato (la secundaria de Colombia) a mis 10 años, entré a un colegio femenino de Las hermanas de la Presentación (en los 90 todavía era lo más común) y ser la menor del curso complicaba las cosas.
Yo era un pez fuera del agua y para hacer la historia corta me la pasaba en la biblioteca leyendo. Me gustaba mucho leer sobre historia y leyendas… las pesadillas de mi hermana y sus miedos de infancia a la oscuridad, en muchos casos tenían origen en las historias que le contaba luego de aprenderlas…. Hermanita, si algún día lees esto, lo siento mucho y te quiero.
Creo que con esto queda claro que me gustaba leer mucho y me siguió gustando. Por gusto, leí varias cosas, además de los libros del colegio y cuando estaba en el campo de vacaciones, sin mucho más que leer, me ponía con las revistas de Selecciones y el libro de Historia Sagrada que estaban guardados en la casa de los abuelos (también veía mucha televisión, pero eso es otro asunto).
¿Supondrán entonces que el colegio era fácil y mi ortografía mejoró? Pues no, yo leía mucho, pero escribía poco, me gustaba tomar apuntes en dibujos, todo el tiempo durante las clases, tanto que se enojaba mi profesora de Español y terminaba por decomisar mi maleta completa para impedir que lo hiciera.
Aunque había pasado mucho tiempo desde que gracias a la terapia de lenguaje empecé a distinguir la A de la O, aún las confundía una que otra vez y mi letra manuscrita ya era un desastre, como lo sigue siendo ahora, caracteres a medio camino entre la imprenta y cursiva además de pequeñitos, tanto que lo qué yo escribía en una página podía ocupar unas 2 o 3 páginas a quienes las copiaban. (bien escrito gracias a la revisión constante de mi mamá que tuvo más de un mal momento revisando lo que escribía)
Con tan mala ortografía, la maña de dibujar garabatos pero una muy pobre habilidad para el dibujo técnico, y habilidades casi nulas para hablar en inglés, más por mi escaso interés en el idioma que por otra razón, supongo que nadie se imaginó lo que sería la vida profesional de esa flamante bachiller de 15 años que era yo en el 96. Por lo menos quienes trataron con tanto empeño de corregir mis falencias en el aprendizaje. (si están llevando la cuenta de mi edad, tranquilos la dire pronto, al menos que lean esto en un año diferente al 2022, ahí sí estará desactualizado)
Hoy en día, a mis 41 años, Soy diseñadora gráfica y web, realizadora de cine y audiovisuales, script supervisor, revisora de guiones en cuanto a la historia (claramente no esperen de mí una revisión ortográfica, aunque por alguna extraña razón me es más fácil detectar los errores de este tipo cuando los escribe otro), montajista, escribo artículos, doy charlas, me salen muy bien los pitch, varios de los proyectos en que he participado han obtenido premios. En la lista tengo dos bonitas indias Catalina para nuevos realizadores de mi época universitaria que me llevaron a obtener el reconocimiento de estudiante distinguida de la universidad en que estudié. He sido docente universitaria (cuando apenas tenía 21) adecuadora pedagógica y quien lo creyera, ¡hasta aprendí a hablar inglés! y aunque no es perfecto, me ha servido para comunicarme con amigos alrededor del mundo, un par de clientes que no hablaban español y por supuesto a mis lectores, ya que estos artículos los traduzco yo misma al inglés (aquí tengo que agradecerle al traductor de Google, Grammarly y especialmente a mis hermanos que me han ayudado con la corrección de textos para que sea correcto y ameno de leer)
Todo este último párrafo, que puede sonar a auto halago o vanidad, no tiene otro objeto que decir que, con todo, mi ortografía siguió siendo algo por lo que me sentí mal por muchos años y que muchas veces me cerró puertas, ya que había quien no veía el contenido detrás de esos errores y me costaba mucho que confiaran en mí, pero quienes lo hicieron vieron el valor de mi trabajo y agradezco a cada uno de ellos.
Aprendí que no estaba sola y que tampoco tenía que ser perfecta, tengo familia y amigos, compañeros de trabajo, todos con muy buena ortografía que han dado a mis escritos su ayuda, por ejemplo mi mejor amiga, La señorita X, desde que entré a estudiar diseño a los 16 años se apiadó de mí, de mi motricidad fina que era más bien burda y de esta tara ortográfica que cargo, encargándose de corregir los trabajos que hacíamos juntas y de paso me animó a aprender otros idiomas.
Quien me conoce o trabaja conmigo sabe que nada que se publique, y haya escrito yo, debe salir a la luz sin que alguien lo revise, además, los textos que reciba de un cliente deben estar revisados de antemano, ya que todo saldrá tal cual como lo recibí.
Esto no es un texto subversivo contra la ortografía, ni trato de restar la importancia que tiene el aprender a escribir de forma correcta, si tuviera una buena ortografía mi vida sería más fácil, pero, yo carezco de ese sentido, aun así creo que se me da bien la redacción y el uso de los signos, es más, suelo ayudar a enmendar problemas de ese tipo a otras personas, por lo que no me molesta que reparen también mis errores, me enoja un poco cuando usan esto para restar valor a mi opinión escudándose en ello como un motivo para, sin conocerme, descartar mi punto de vista.
Ante el salvaje enfrentamiento en las redes sociales entre quienes no se fijan en la ortografía y los que corrigen a todos sepan o no, abracé mi defecto, cada vez me afecta menos que alguien quiere quitarme autoridad o juzgarme a mí y mi inteligencia o experiencia con base en ella.
Sin temor a todas esas líneas rojas en mis textos digitados, me lleno de paciencia, porque sé, una vez termine de escribir todo lo que me brote de esta mente que pocas veces se queda en calma y releerlo, verificarlo y ajustar varias veces todo para que tome una mejor forma, tendré que aplicar las correcciones y probablemente algún error se me pasará, entonces agradezco que haya tantas personas capaces de corregir con respeto a este cero en ortografía.
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