En medio de la melancolía que nos inunda desde que nos despedimos de Gustavo, luego de su fallecimiento el 16 de octubre (2025) en su “Casa Museo” de Galerías; un espacio impregnado en cada rincón de sus gustos, extravagancias y pinturas; como Studio AYMAC, y más aún, desde nuestros corazones, los socios fundadores Gustavo Angarita Jr. y May  Mc’Causland, queremos honrar su memoria.

Somos un poco egoístas; quisiéramos haberlo tenido para siempre a nuestro lado, con su personalidad gatuna y esos ojos curiosos con los que siempre observo el mundo, pero no es algo posible, ni deseable, para un cuerpo humano que va perdiendo sus fuerzas, aunque el alma que lo porta, como fue el caso de Gustavo Antonio Angarita Pantoja, tenga las mismas ganas de devorarse el mundo.

Han pasado algunos días desde que nos despedimos del “Gatito”,nuestro maestro, mentor y origen. Hoy  lo honramos no sólo como parte esencial de nuestra historia, sino como una de las almas más completas que ha transitado por el arte latinoamericano.

Actor. Pintor. Filósofo. Lector voraz. Voz de Dios. Ícono nacional. Maestro de generaciones.

Gustavo Antonio no solo abrazó todos los lenguajes posibles del arte: los agotó, los atravesó, los resignificó. Lo hizo todo: Teatro, cine, radio, televisión, publicidad para grandes marcas, videoclips con Tito El Bambino, series con Carlos Vives, proyectos internacionales junto a figuras como Antonio Banderas. Fue la voz de Dios en la Biblia para el Vaticano. Esta versatilidad llevó a que su voz y figura se convirtieran en parte del imaginario colectivo Colombiano.  

Participó en producciones internacionales como Los 33, Gallows Hills, Dominique. Actuando En francés e inglés; aunque nunca los supo hablar, esa es la magia de un profesional de la escena. Su talento brilló en joyas del cine nacional como El olvido que seremos, Tiempo de morir, Sofía y el terco, Bajo la tierra, La estrategia del caracol, Brizna, entre muchas otras. Recorrió el mundo con su arte, fue invitado a innumerables conmemoraciones y festivales. Trabajó en campañas para marcas como Lenovo, Postobón, Coca-Cola, Avianca y muchas otras, siempre con una presencia imponente que transmitía autenticidad, sin ceder nunca su integridad artística.

Aún no hemos conocido un solo director que no lo haya reconocido como referencia, un solo alumno que no lo cite como inspiración, un solo ser que no lo haya visto alguna vez encarnando la verdad en pantalla.

Y sin embargo, tras todo eso, seguía siendo el señor artista del barrio, caminando las calles de Galerías donde vivió más de 50 años. Ahí donde los vecinos lo saludaban con el respeto reservado a los sabios, cercano, humano, tangible… Tan impregnado de él, que ahora que no podemos verlo, solo es necesario visitar esas calles para sentir danzando en nuestro interior su esencia que mitiga un poco esta sensación que nos produce su ausencia.

Fue un creador total. Cada escena suya, cada palabra dicha, cada trazo sobre el lienzo era una declaración existencial. En sus propias palabras, cada cuadro era “una parte de sí”. 

Su presencia llenaba sin artificios: no actuaba, simplemente era. Su pensamiento indomable, formado en las aulas de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, fue siempre su guía. Era un artista que razonaba, un filósofo que encarnaba la belleza, un hombre que sabía que el arte también era gesto político, acto de conciencia, ejercicio de verdad.

En Studio AYMAC, Gustavo Antonio no solo fue inspiración: fue una presencia viva, un eje creativo. Participó con su talento inconfundible en proyectos como La Bestia, Zona de Espera, El Gesto, Quédate en Casa y Drama Queens —esta última actualmente en postproducción—, su presencia escénica y actitud llenaba el escenario con solo entrar . Tenía una forma honesta y amorosa de decirle a alguien cuándo una escena, una idea o un gesto era copia de otro. No para juzgar, sino para invitar a ir más allá, a encontrar la voz propia 

Gustavo hacía preguntas con fingida ingenuidad, de las que sabía muy bien la respuesta, su tono lo dejaba claro, era su forma de hacerte pensar, de sutilmente hacer arder el mundo cuando su espíritu alborotador e indomable lo encontraba necesario.  Era lector de todo: desde filosofía hasta nuevas dramaturgias, pasando por la poesía y el periodismo. Entre sus vínculos más entrañables, también compartió cercanía con figuras esenciales del pensamiento y la cultura como Ernesto Mc’Causland, con quien lo unía una mirada crítica y sensible hacia la sociedad colombiana. 

 En su mundo el arte no era solo forma: era ética, búsqueda y verdad.

Gustavo Antonio no ha desaparecido ni lo hará,  está en la forma en que miramos, en la pausa con la que respiramos una escena, en la dignidad con la que enfrentamos cada historia. La máxima que nos enseñó: “El Arte no es ornamento, es raíz” seguirá grabada a fuego en nosotros 

Studio AYMAC nació un 2 de septiembre, su fecha de nacimiento, que adoptamos años después como herencia vital. Nuestra razón social, Angarita & McCausland Studio, lleva su apellido porque sin él nada de esto existiría. Nos dio más que un nombre: una forma de habitar el mundo audiovisual con humanidad, con rigor, con propósito.

Durante la pandemia, Gustavo Angarita Jr, .también actor, director, escritor; creó la serie web El Gesto,. una obra íntima que en solo tres capítulos, destila la esencia de su padre,un artista que transforma la realidad en acto poético. una carta de amor, una despedida anticipada, que nunca quiso ser final.

"Pinto a Manera de despedida"

 Su partida no es ausencia, sino expansión. Porque hay seres que no se van: se siembran. Y Gustavo Antonio se sembró en cada mirada, en cada palabra justa, en cada silencio que supo decirlo todo. Su legado no es un monumento: es una vibración que permanece.

Hoy, su imagen aparece en diarios nacionales e internacionales. Porque fue más que un actor: fue símbolo, espejo, fue arte encarnado. Y Colombia lo llora como se llora a quienes ya no pertenecen solo a sus familias o a sus círculos cercanos, sino a una nación entera.

Este homenaje es también un manifiesto:

Que seguiremos produciendo con el mismo amor con el que él nos enseñó a mirar.
Que su presencia es semilla en cada historia que decidimos contar.
Que la sensibilidad y la excelencia no solo conviven: se necesitan.

Gracias, Gustavo Antonio.

Por mostrarnos que lo que perdura no siempre se ve.
Pero siempre se siente.